Literatura Coreana en México

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jueves, 13 de septiembre de 2007

Transitando por el Reglamento

Será que este navegante urbano no sueña con montar en motocicleta por el Periférico, echar arrancones de autos o imaginar pistas de carreras en la ciudad de los embotellamientos, pero el tan temido Reglamento Metropolitano de Tránsito que entrará en vigor este jueves no sólo no le parece “rigorista”, como acusan algunos de sus detractores, sino que, por el contrario, le parece... blandengue y/o pasado de buena onda para tanto cafre que circula por doquier.

Uno tampoco anhela ser abogado —apenas un peatón que salga ileso de las calles que atraviesa—, pero es fácil ver que el artículo 34 del nuevo ordenamiento cae en la misma... blandura que mostró la versión 2003 del anterior jefe de gobierno: para no ahuyentar a los pagadores cautivos de tenencias —”ciudadanos todos responsables”, solía decir el ejecutivo local— no contempla ninguna sanción para manejadores que no posean una elemental y ya obligatoria póliza de seguro de daños a terceros: instrumento que garantizaría que hasta el más humilde cafre tuviera capacidad de devolver al menos en lo económico los eventuales daños que causare su imprudencia o mala suerte.

El RMT tampoco trae siquiera una “amonestación” —como las que los polis ya podrán dar a transeúntes que crucen a media calle u obvien un paso peatonal— para ciertos colegios privados que en algunas colonias de clase media causan infiernos viales al no poseer ya no estacionamiento, sino simples rampas para ascensos y descensos de alumnos.
Si bien el RMT ya sanciona a quienes entintan o polarizan los cristales de carcachas, autos, taxis o micros —no sabiéndose afuera si puede estarse cometiendo una violación o un secuestro—, excluye de la obligación a los vehículos que tengan el aditamento “de fábrica”; es decir —inevitable la suspicacia— a unidades de lujo que suelen conducir importantes magnates, políticos y no pocos jefes del crimen organizado o amateur.

Sin explicación alguna, el RMT multa a conductores de autos que traigan “anuncios no autorizados”, no especificando si el problema es que porten una peligrosa mampara sobre el techo o porque, simplemente —quizá obedeciendo al SAT— pinten en la carrocería el logotipo de su refresco favorito. Tan absurda y poco policial función queda a criterio del oficial que levante la multa, la cual será de cinco salarios mínimos.

Felizmente —para que los nuevos policías se apliquen y la ciudadanía aprenda a respetarlos— el Reglamento ya multará con 20 salarios mínimos a aquellos automovilistas que se dan gusto insultándolos —con o sin razón y sólo actuando por el gusto, casi sádico, de denigrarlos—.
Sin nada que parezca hitleriano o similar a lo que actualmente aplican las estrictas policías tanto chilenas como cubanas, el RMT tiene de todo y hay que leerlo a detalle. Eso sí, cada cual hablará según le pegue la sanción.

Amílcar Salazar
amilcarsalazar@yahoo.com

Trepar transando...

Hay trampas que ya deberían estar oxidadas, pero que aún amenazan al ciudadano que sufre la falta de un empleo ya no “magnífico”, pero al menos... serio y digno. Son anuncios muy conocidos los que se redactan para atrapar incautos.

“AAA. Empleo profesionistas: maestros, médicos, sicólogos, ganen 8 mil pesos por mes, contratación inmediata”, rezan algunas de estas dizque ofertas de empleo; mentiras que se sirven de secciones de anuncios, volantes callejeros, carteles y hasta de tiras de papel que se pegan sobre casetas telefónicas.

Son embaucadores que operan desde sus casas o de obscuras oficinas de barrio populoso, mismas que se esfuman o cambian de nombre apenas logran despojar de ilusiones y de dinero al necesitado. Pero hay otros que ni siquiera se ocultan y actúan desde lujosos pisos del Paseo de Reforma o de Insurgentes Sur.

Son empresas dirigidas por seres labiosos, forjados en aulas de la dianética o del multinivel; individuos que alojan sus intereses detrás de corbatas y papelería pomposa: Grupo de desarrollo corporativo transcontinental, Integración multifacética y humana, etcétera; o de simples siglas con escuditos como de agencia planetaria. Afilan sus anzuelos masticando frases que sacan de la biblioteca de la charlatanería y de la cual abrevan desde “pisco-dinámicos”, “programadores-cerebrales” a “gimnastas mentales”, entre otros.

Montan sus trampas al momento de celebrar presuntas entrevistas de trabajo; sin embargo —como la idea es confundir al interlocutor, angustiarlo y desesperarlo—, llevan la charla hacia alguna de las fachadas del embauco: una beca para tal seminario de desarrollo ejecutivo, un pasaporte para entrar a un proceso interactivo, un galáctico plan de competitividad, etcétera. Cualquier cosa, menos referirse al gancho inicial: el trabajo.

—¿No dejarás perder la oportunidad de ganar tu libertad financiera, la posibilidad de superarte y desbordar tu energía interior? —dicen, entre sonrisas de hielo que el escéptico no imagina cómo es que no se les convierte en carcajada.

Palabrería y musiquita. Juntas y convenciones. Aplausos y abrazos. Manipulación y secuestro del tiempo y necesidad ajenas. Un teatro montado para envolver a aquellos (con un 10% que caiga se dan por bien servidos) que accedan a meterse al saco. Luego, de anuncio en anuncio, los iniciados siguen con la cadenita; un negocio de pocos: los verdaderamente... astutos, quienes pese al discurso de pretensión científica persigue un interés corriente: la venta de juguetes chafas, zapatos chinos, medicinas balín, perfumitos de olor infame, etcétera.

Grotescas “pirámides” y otros estilos comerciales —prohibidos en otros países—, aquí seguimos viéndolos a la vuelta de la esquina, sin que ninguna autoridad tenga a bien leerles a sus promotores otra clase de literatura: leyes, por ejemplo. Un tema que nuestros legisladores también podrían tratar un día, quizá para entretenerse en una de esas tardes en las que se aburren como pavorreales.

Amílcar Salazar
amilcarsalazar@yahoo.com

¡Vamos a la playa!

Debo confesar que no salgo de mi asombro. Cuando lo escuché, francamente, no le hice ni caso. Fue algo así como oír llover mientras, baboso de mí, me encontraba bajo el influjo hipnótico de un canto de sirenas, sin importarme siquiera que la propia radio naufragara con todo y música… Luego, al confirmar la veracidad de la noticia, admito que tuve que propinarme un breve pero efectivo pellizco, para así comprobar que estaba yo despierto.

Y no es que mi capacidad de asombro se haya visto alimentada hasta la estupefacción, pues en este país los ejercicios de naturaleza surrealista están tan a la orden del día que ya casi nada es capaz de encendernos la estrepitosa alarma del absurdo. Sin embargo, como mínimo, la memorable ocurrencia de poner playas en la Ciudad de México me ha dejado medio turulato.
De entrada, la idea de que nos merecemos unas playas en medio de la jungla de asfalto me parece completa y rematadamente ridícula. Primero porque la mayoría de los chilangos somos enemigos acérrimos del mar y las arenas doradas, y sólo hay que ver cómo hacemos las cosas cada vez que caemos en alguna playa como infernal jauría, dejando a nuestro paso un absoluto cochitril y arrasando cual marabunta hasta la última sombrilla, regadera, hamaca o coco con ginebra; y de puro milagro no hacemos lo mismo con los rayos del sol, quizá porque alguien nos ha dicho que tomarlos en exceso produce delirios y graves quemaduras.

En tales circunstancias, me atrevo a pensar que la dichosa idea de la arena con canchas de voleibol, sillas reclinables y alguien que nos mueva la pancita debe de tener una especie de tramposo doble fondo. Pensando mal, probablemente hasta se trate de alguna conspiración secreta de nuestros paisanos en el interior de la República, empeñados en que de una vez por todas dejemos de invadir y maltratar sus paradisíacos feudos de recreo, y finalmente nos busquemos soluciones para no asediarlos cada vez que tenemos vacaciones masivas.
Sea como sea, los inconvenientes no sólo tienen que ver con el bien ganado prestigio de terroristas playeros que tenemos los capitalinos, sino que además parece haberse antepuesto a otros problemas que, a mi juicio, resultan más acuciantes en la Ciudad.

Sí, yo sé que hay otros ejemplos urbanos que sientan precedente, y en los cuales los más osados hasta pueden creer que encuentran argumentos que justifiquen su brillantez intelectual. Pero quien me diga que traer ‘camionadas' de arena de Mandinga va a convertir a Iztacalco, la Reynosa o el Bosque de Aragón en Paris Plage , el berlinés Bundespressestrand o Bruxelles Les bains , creo que como mínimo está pasando una crisis de abstinencia vacacional, y la última vez que estuvo junto al mar se tomó una treintena de caipirinhas y luego agarró una insolación de marca diablo, cuyos daños son visiblemente permanentes.

Y, la verdad, me extraña que Ebrard respalde semejante disparate. Porque, digo yo, ¿no tenemos ya un grave problema en el abasto de agua, como para que ahora la utilicemos para llenar alberquitas, albercotas, toboganes o pongamos con ella sistemas de rocío artificial?
¡Y menos mal que no escogieron Chapultepec para el estropicio! Pues basta ver cómo está el Bosque de Aragón para imaginarnos a Chapultepec adornado con niños que gimotean embutidos en sus cámaras de llanta, mientras los padres yacen tiradotes en calzones sobre un finísimo lecho de arenosa güeva.

Además, ¿quién demonios en su sano juicio va a ir hasta Iztacalco para tostarse al sol?... ¡Si se está mejor en la azotea!

Y por favor que no nos digan -como cierto genio de la climatología- que la finalidad de todo esto es combatir el calor que azotará al área metropolitana, como consecuencia del calentamiento global. Porque si fuera eso, ¿no resultaría más provechoso destinar esos fondos a combatir el desperdicio de agua, en cuyas fugas se pierde más del treinta por ciento del preciado líquido en la Ciudad?

Por cierto, lo que naufragaba en la radio, mientras yo escuchaba baboso a las sirenas, era precisamente esa vieja canción de ‘Los Joao': “¡Vamos a la playa, oh, oh, oh, oh, oh!”… ¡Qué vergüenza!

Moraleja: Si encima no van a permitir chelear en las playitas, ¿por qué no mandan allí al ocurrente padre de la idea, y por lo menos que nos mueva la pancita?

Pedro Lara y Malo
laraymalo@hotmail.com