Literatura Coreana en México

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jueves, 13 de septiembre de 2007

Trepar transando...

Hay trampas que ya deberían estar oxidadas, pero que aún amenazan al ciudadano que sufre la falta de un empleo ya no “magnífico”, pero al menos... serio y digno. Son anuncios muy conocidos los que se redactan para atrapar incautos.

“AAA. Empleo profesionistas: maestros, médicos, sicólogos, ganen 8 mil pesos por mes, contratación inmediata”, rezan algunas de estas dizque ofertas de empleo; mentiras que se sirven de secciones de anuncios, volantes callejeros, carteles y hasta de tiras de papel que se pegan sobre casetas telefónicas.

Son embaucadores que operan desde sus casas o de obscuras oficinas de barrio populoso, mismas que se esfuman o cambian de nombre apenas logran despojar de ilusiones y de dinero al necesitado. Pero hay otros que ni siquiera se ocultan y actúan desde lujosos pisos del Paseo de Reforma o de Insurgentes Sur.

Son empresas dirigidas por seres labiosos, forjados en aulas de la dianética o del multinivel; individuos que alojan sus intereses detrás de corbatas y papelería pomposa: Grupo de desarrollo corporativo transcontinental, Integración multifacética y humana, etcétera; o de simples siglas con escuditos como de agencia planetaria. Afilan sus anzuelos masticando frases que sacan de la biblioteca de la charlatanería y de la cual abrevan desde “pisco-dinámicos”, “programadores-cerebrales” a “gimnastas mentales”, entre otros.

Montan sus trampas al momento de celebrar presuntas entrevistas de trabajo; sin embargo —como la idea es confundir al interlocutor, angustiarlo y desesperarlo—, llevan la charla hacia alguna de las fachadas del embauco: una beca para tal seminario de desarrollo ejecutivo, un pasaporte para entrar a un proceso interactivo, un galáctico plan de competitividad, etcétera. Cualquier cosa, menos referirse al gancho inicial: el trabajo.

—¿No dejarás perder la oportunidad de ganar tu libertad financiera, la posibilidad de superarte y desbordar tu energía interior? —dicen, entre sonrisas de hielo que el escéptico no imagina cómo es que no se les convierte en carcajada.

Palabrería y musiquita. Juntas y convenciones. Aplausos y abrazos. Manipulación y secuestro del tiempo y necesidad ajenas. Un teatro montado para envolver a aquellos (con un 10% que caiga se dan por bien servidos) que accedan a meterse al saco. Luego, de anuncio en anuncio, los iniciados siguen con la cadenita; un negocio de pocos: los verdaderamente... astutos, quienes pese al discurso de pretensión científica persigue un interés corriente: la venta de juguetes chafas, zapatos chinos, medicinas balín, perfumitos de olor infame, etcétera.

Grotescas “pirámides” y otros estilos comerciales —prohibidos en otros países—, aquí seguimos viéndolos a la vuelta de la esquina, sin que ninguna autoridad tenga a bien leerles a sus promotores otra clase de literatura: leyes, por ejemplo. Un tema que nuestros legisladores también podrían tratar un día, quizá para entretenerse en una de esas tardes en las que se aburren como pavorreales.

Amílcar Salazar
amilcarsalazar@yahoo.com

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